El fútbol profesional no tiene género

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Camila García, directora de la ANJUFF y vicepresidenta de FIFPro, escribió esta columna para hablar sobre el caso judicial de cinco futbolistas contra Everton. El club, en la última audiencia, aseguró que su rama de fútbol femenino no es profesional.

Durante los próximos días se dará a conocer la sentencia que da por terminado el juicio que enfrentó a exjugadoras de Everton con el club. En la última audiencia, los abogados de la sociedad anónima viñamarina no tuvieron pudor en describir el trabajo de las jugadoras que por años representaron su camiseta en el campeonato nacional organizado por la ANFP como “pichangas de barrio en los cerros de Valparaíso”.

Lo grave de esas declaraciones es que no solo refleja un intento desesperado de los abogados del club por desconocer el vínculo laboral con las jugadoras y no pagarles sus sueldos, sino que cruza una línea de lo que representa el fútbol practicado por mujeres para ellos. Uno que por ningún motivo se llama “trabajo”, sino “ocio” o “recreación”; a pesar de vestir un uniforme, cumplir horarios, tener una relación jerárquica y sanciones por no cumplimiento de obligaciones establecidas.

Las jugadoras son profesionales, no porque “se lo merecen” luego de tantos años de sacrificio, porque han demostrado triunfos o porque se los exige la recientemente aprobada ley que comenzará a regir en 2023; una normativa que, por cierto, no debiera haber sido necesaria porque el Código del Trabajo es aplicable sin discriminación de género. La resistencia por parte de las dirigencias del fútbol a aplicarla mostró que sí lo era. Las futbolistas son profesionales porque cumplen la misma labor que sus pares hombres y se rigen por la ley laboral como ellos.

Los argumentos más recurrentes en contra de que las jugadoras sean tratadas como profesionales apunta a que el fútbol jugado por ellas “aún es amateur” o “son parte del fútbol joven”, cuando el mayor porcentaje son mayores de edad. O simplemente que un equipo femenino es un “ejercicio de responsabilidad social empresarial”.

Veamos, entonces, si estos argumentos se sostienen. Si fuera amateur, ellas podrían colgar los zapatos, entregar su camiseta y jugar en otro equipo cuando quisieran. Pero la realidad en el campeonato nacional es que existen los llamados pases -algo que no existe en los clubes de barrio, por ejemplo-, lo que disfraza un mercado de transferencias irregular, por el cual las sociedades anónimas reciben ingresos. Es más, cuando las jugadoras demandantes quisieron irse a otro club, fueron retenidas como propiedad de Everton hasta que el mismo club no se beneficiara económicamente por su transferencia.

También se ha dicho que el fútbol femenino no vende y que por eso no se profesionaliza. Pero sí vende, solo que algunos olvidan que hay que invertir. Ningún equipo crece por arte de magia. Los clubes con jugadoras contratadas tienen mejores condiciones, lo que se traduce en mejor rendimiento y resultados, alimentando la afición, ampliando sus acuerdos comerciales y obteniendo premios monetarios de la Conmebol y FIFA.

Estos clubes también se benefician económicamente cuando transfieren a jugadoras a otros clubes nacionales o internacionales. Me pregunto cuántos estarían dispuestos a trabajar gratis en una empresa que les dijera que les pagará sólo cuando se lucre lo suficiente.

Y un dato no menor. El Grupo Pachuca, dueño de Everton de Viña del Mar, hizo noticia fichando a la pichichi de España, Jenni Hermoso. Llegó a México con contrato, al igual que todo su equipo. Espero que el Grupo Pachuca y Everton puedan explicar por qué una jugadora en Chile, que hace lo mismo que la de México, tiene contrato y la otra no.

Algunos quieren crear un falso debate sobre el espacio que deben ocupar las mujeres en el ámbito laboral y en el fútbol. Creo que la historia ya zanjó por ellos que el fútbol profesional no tiene género.

Por Camila García, directora de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino y vicepresidenta de FIFPro (Sindicato Mundial de Futbolistas).

Foto: Everton

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